Existen planes de honestidad para conocer del candidato: su nivel socioeconómico, referencias laborales, buró laboral, posible adicción a drogas lícitas e ilícitas, comportamiento, competencias y valores.
Estamos sumergidos en el mundo de la inmediatez, en el que queremos cubrir nuestras necesidades y satisfacer nuestros deseos en el instante en el que surgen. En el ámbito de los recursos humanos no es diferente; al contrario, la demanda de inmediatez se incrementa. Si tenemos una baja hay que cubrirla de inmediato, de lo contrario puede costarnos el puesto.
La inmediatez y el miedo al rechazo es lo que nos hace ir en piloto automático en la vida personal y laboral. Una persona sin empleo siente el mismo miedo que el reclutador con una vacante: falta algo, el faltante puede desatar la molestia y el consecuente rechazo de alguien que esperaba ese algo, el rechazo provoca miedo, y el miedo hace que queramos resolver la situación instantáneamente.
En esa historia de necesidades no cubiertas y de miedo al rechazo, el candidato puede recurrir a la mentira. Sabemos que en una postulación ocurren dos situaciones: el candidato queda expuesto al escrutinio del contratante, y contiende, con sus competencias y reputación, con otros candidatos; así que, ante la doble posibilidad de ser rechazado, es común que un aspirante con antecedentes negativos altere ciertos datos en su currículum o en la entrevista de selección, con el fin de ser elegido.
Si la mentira quedara ahí, no habría mayor problema. El verdadero conflicto surge -en la mayoría de los casos- cuando el candidato se convierte en colaborador. Si mintió en relación a sus valores personales, experiencia profesional, o historial laboral, es porque quizás estos aspectos o la falta de ellos han generado adversidades en empleos anteriores. ¿Qué te hace pensar que esas debilidades personales y/o profesionales no surgirán en su colaboración dentro de tu empresa?
Después de un tiempo surge el verdadero Yo. En cuanto queda atrás la curva de aprendizaje en el empleo actual, la cotidianidad envuelve a las personas; incluso aquellas con mejores intenciones de cambio no se reinventarán si no han pasado por un proceso terapéutico o de coaching. Así pues, quién mintió para ocultar fallas de carácter o falta de experiencia, no podrá sostener más esas mentiras y comenzarán los conflictos en tu equipo de trabajo.
Una persona madura y funcional no tiene necesidad de mentir, puesto que se ha conducido moral, ética y legalmente en el pasado; conoce, acepta y trabaja en sus debilidades. Es, en otras palabras, una persona que está en constante desarrollo humano y profesional, y busca lo mejor para los grupos a los que pertenece, llámese familia, trabajo, etcétera.
Pues, tanto para detectar a quienes mienten como a quienes no, es conveniente aplicar distintos planes de honestidad durante el proceso de reclutamiento y selección, mismos que contribuyen a encontrar no solo a personas honestas sino al talento clave para una organización. Los planes de honestidad disminuyen tiempos de búsqueda, rotación y, por lo tanto, costos.
Existen planes de honestidad para conocer del postulante: su nivel socioeconómico, referencias laborales, buró laboral, posible adicción a drogas lícitas e ilícitas, comportamiento, competencias y valores. El contratante puede basarse en los resultados de dichos planes como si viera una radiografía del candidato. De esta forma, la empresa asegura un alto nivel de compatibilidad entre la persona y el perfil del puesto, y se protege de posibles contingencias legales.
Las empresas de mayor prestigio cuidan su reputación revisando la de sus candidatos desde el momento de lanzar la vacante y no se dejan sorprender.
¿A ti cómo te gusta seleccionar a tu personal? ¿Lo haces por tu cuenta o permites el apoyo de los expertos? ¿Qué te ha funcionado mejor? Te invitamos a compartir tus experiencias.
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